Copio y comento a continuación algunos extractos interesantes del artículo «Europeos de primera, europeos de segunda» que aparece hoy en «El país» escrito por Monika Zgustova, la excelente traductora de El buen soldado Svejk.
En otoño del año pasado, al llegar a Praga, una de las primeras cosas que percibí en mi ciudad natal fue una gran cantidad de carteles con tres o cuatro azucarillos y una inscripción que proclamaba «¡ya le amargaremos la golosina a Europa!». Se trataba de una declaración de principios del partido gobernante, el ODS, que, con la arrogancia que caracteriza a su fundador, el presidente Václav Klaus, daba a conocer la actitud que tomaría al asumir la presidencia de la Unión Europea. La sociedad checa aceptó ese desdén sin entusiasmo, pero no por ello expresó su desacuerdo.
El checo se queja subrepticiamente, tiene miedo de hacer público su pensamiento por el trauma que le supuso el comunismo. No creo que la gente de la calle sea euroescéptica, simplemente no se atreven a hablar de política. Trabajan con tesón, no «se meten» con nadie y si se ven obligados a criticar lo hacen «de espaldas», sin decir sus argumentos «a la cara», por miedo a represalias. El contexto histórico ha cambiado pero les es difícicil desembarazarse de la huella, más bien pisotada, que les dejó la dictadura del proletariado.
¿Por qué los checos, en vez de sentirse halagados por su protagonismo en la política internacional -derivado de su presidencia de la Unión Europea-, un protagonismo como nunca han tenido ni tal vez vuelvan a tener, se muestran en su conjunto indiferentes y escépticos?
Creo que no se sienten indiferentes. No hay más que salir a la calle para ver la campaña de publicidad sobre las bondades de la presidencia europea de este semestre. No olvidemos que la presidencia europea carece de valor porque no es más que un escaparate para dar a conocer la cultura del país, como en los Juegos Olímpicos o en la Expo, sin ningún poder ejecutivo más allá del de la representatividad.
A lo largo del siglo XX, en distintas ocasiones y de diversas maneras, Europa occidental les dio la espalda, mientras que en otras tantas ocasiones, Estados Unidos les brindó su amparo.
Quizá por eso adoran lo norteamericano y a su presidente Bush (no sé si Obama les agradará tanto a partir de mañana). Los cines solo emiten películas estadounidenses aunque a veces se les «cuele» alguna checa. Los Simpsons son auténticos ídolos y Friends despierta enormes pasiones. McDonnald´s y Kentucky Fried Chicken siempre están a rebosar. Muestran apoyo, cuando son capaces de romper su silencio, por la política exterior de Estados Unidos y, por lo que he visto, son grandes defensores del Estado de Israel.
Luego, durante las cuatro décadas de la llamada dictadura del proletariado, cuando el miedo impregnaba la atmósfera como una nube tóxica, la sociedad checa, necesitada de comprensión, topó con los oídos sordos del Occidente europeo intelectual, que, salvo honrosas excepciones, estaba demasiado ocupado en cantar las virtudes de aquella ideología que los checos rechazaban. Y entonces, otra vez América, menos ideológica que Europa, les demostró la comprensión que necesitaban.
¿Cuenta lo mismo un húngaro que un italiano, un polaco que un francés, un checo que un holandés, para no hablar de letones o búlgaros? De aquí, pues, deriva su mirada desconfiada hacia Europa y su política proamericana.
Alguien me preguntó en una ocasión, en tono de broma, que si en España creemos que los checos van por los árboles. Creo que tienen cierto complejo de inferioridad que es compensado con un fuerte patriotismo. A diferencia de otros países donde he tenido la fortuna de trabajar he sentido que han tardado más en acogerme y aceptarme. Tienen un carácter más bien frío e introvertido que dificulta que integren al extranjero. Obviamente hay numerosas excepciones a esto que describo.
Es deseable que los europeos presten oídos a respetadas personalidades checas como el ministro de Exteriores, Schwarzenberg, o el responsable de la Energía, Bartuska, y no tanto a las declaraciones del presidente Klaus, una figura embarcada, como el ex presidente Aznar, en llamar la atención de la opinión pública a base de declaraciones altisonantes, la mayoría de las veces incoherentes y esperpénticas, por no hablar de su inconveniencia.
Este presidente despierta la animadversión de los checos pero paradójicamente le votan masivamente. Es una especie de Hugo Chávez atemperado por las nieves pero con un toque neoliberal y de «niño caprichoso» que le hacen peligroso. Las librerías checas están plagadas de sus libros sobre «las mentiras del cambio climático».
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