Cada curso me encuentro con al menos un estudiante mucho más inteligente que el resto de sus compañeros pero cuya vida es presa de la tristeza y, sobre todo, de la desesperación por no gustar a ninguna chica. Este tipo de alumno intenta compensar la falta de amor o de atención femenina con la escritura -porque le ayuda a exorcizar demonios- o soltando las riendas al sociópata o al suicida que todos, en mayor o menor medida, llevan dentro.
El escritor Junot Díaz describe con maestría -no en vano ha ganado el premio Pullitzer- en La maravillosa vida breve de Óscar Wao (Random House Mondadori, 2008) a un joven dominicano obsesionado con amar y, al no ser correspondido, entregado a la lectura y escritura compulsiva de ciencia ficción. A pesar de tener un alma bella es tan feo que sus enamorandas ni siquiera sienten pena y los necios, ante su brillantez, conjuran contra él.
Quien haya vivido en la República Dominicana sentirá pasión por este libro porque se verá reconocido en muchas páginas; además, si es profesor, aprenderá a confraternizar con los Óscar Wao que cada año se acercan silentes a nuestra clases y que casi siempre nos pasan desapercibidos. Se trata del joven gordito, con acné, malpeinado, solitario, de lenguaje culto que sus compañeros tildan de pedante y que se sienta en la última fila. Descubrirle es perentorio en el profesor para que éste diseñe un plan ¡para salvarle la vida!
Les dejo con algunas perlas:
Y cuando se quejaban de que a los muchachos latinos solo les gustaban las blancas, siempre se ofrecía: A mí me gustan las hispanas. A lo que Marisol siempre respondía con muchísima condescendencia, Bárbaro, Óscar, bárbaro, salvo que no hay una hispana que quiera salir contigo. (p 39).
Supo que sus panas -los mismos jodidos que leían comics, jugaban a rol y estaban tan perdidos como él en cualquier deporte -se avergonzaban de él. (p 41).
Así son los blancos. Pierden un gato y hacen sonar la alrma y hay titulares en primera plana, pero nosotros, los dominicanos, perdemos una hija y puede que ni cancelemos la cita en la peluquería. (p 77).
El muchacho más guapo (léase: más blanco). (p 99).
Sus tetas eran globos tan inverosímiles, tan titánicos, que provocaban en las almas generosas compasión por su portadora y hacían que cada varón en su proximidad reevaluara su triste vida. (p 101).
La gente siempre subestima lo que la promesa de una vida de hambre, impotencia y humillación puede provocar en el carácter de un joven. (p 128).
¡La idea de Óscar de cómo se enamoraba a una jevita era hablarle de juegos de rol! (p 179).
¿Creen que la gente odia a los gordos? Pues imagínense a un gordo que trata de adelgazar. (…) Las muchachas más dulces del mundo le decían las cosas más horribles. (p 183).
A ese tipo de cultura pertenezco: una cultura en la que la gente toma la tez negra de su hija como mal augurio. (p 251).
Veía todos los días a los muchachos «cool» torturar a gordos, feos, inteligentes, pobres, prietos, negros, impopulares, africanos, indios, árabes, inmigrantes, extraños, afeminados, gays… y en todos y cada uno de estos choques se veía a sí mismo. En otros tiempos, los principales torturadores habían sido blanquitos, pero ahora eran los chamacos de color los que administraban lo necesario. (p 266)
Diez millones de Trujillos, eso es lo que somos. (p 320).
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