Una de las muchas razones por las que sí traería a mis hijos al instituto público donde trabajo es por la apuesta decidida de su equipo directivo a innovar a pesar de las trabas provenientes de altas instancias plenos de bonitas palabras y grandilocuentes despliegues publicitarios pero que, a la hora de concretarlas, los centros se las ven y desean para llevarlas a buen puerto.
La virtud de este centro estriba, por un lado, en que nuestro equipo directivo aporta iniciativa, empuje y energía, mientras que, por otro, cuenta con la colaboración y compromiso de gran parte del claustro de profesores que sigue muy interesado sus propuestas de mejora y ayudan a desarrollarlas por el bien de nuestro alumnado; para constatar mis palabras solo hay que ver el número de profesores implicados de forma voluntaria en los proyectos de innovación del IES Estados del Duque de Malagón.
Un ejemplo de las trabas con las que hay que enfrentarse es el que describo a continuación. Soslayando la escasez económica de la coyuntura actual que afecta incisivamente al mundo educativo, el desastre ocurre cuando se introduce al centro en un innovador programa de pizarras y libros digitales que, a día de hoy, sigue sin poder ponerse en práctica por la inoperancia de quienes deciden desde arriba el rumbo educativo.
No voy a entrar a valorar la pertinencia o no de estas tecnologías cuando hay otras prioridades que resolver en nuestro sistema educativo manchego, pero lo que clama al cielo es la forma inefectiva en que se aplica el programa de pizarras y libros digitales: hemos estado varios meses sin ellas porque llegaron mucho más tarde de la fecha acordada y, cuando por fin vinieron, una incomprensible norma obligaba a que fueran instaladas por técnicos, porque los profesores debemos de ser legos y podríamos estropear estos artefactos que, por cierto, son sumamente fáciles de montar; así que hubo que esperar otro tanto. Lo desternillante del asunto se produjo cuando los expertos no colocaron correctamente la cacharrería por lo que ahí seguimos, con los cursos de autoformación en el aire y los alumnos sin experimentar con esta tecnología.
Dicho sea de paso: lo molesto es la enorme suma de dinero derrochada en balde, porque a la hora de la verdad esta cacharrería, pasados unos meses, volverá a aburrir a los alumnos; la pizarra digital interactiva no supone una evolución cualitativa en la efectividad didáctica y el libro digital es prácticamente igual que el libro de texto en papel. Deberían consultar con profesores que llevan usando las TIC durante varios años de forma efectiva (y no de boquilla o de forma advenediza); no está bien escuchar sólo a asesores de Centros de Profesores o a inspectores de educación -ambos alejados más que los docentes, por definición, de la realidad escolar de los nuevos tiempos-ni a ejecutivos de las empresas que anhelan un nuevo y lucrativo modelo de negocio educativo creando ad hoc pautas de aprendizaje alejadas del sentido común y cuya única virtud es saber vender muy bien sus trastos a políticos no avisados cuyo interés principal es dar con atractivas proclamas electoralistas.
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Obviamente la fotografía que ilustra este posteo no la he tomado en España sino en República Checa, donde la educación pública se entiende de forma distinta.
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