«Un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad» afirma Richard Sennet en La corrosión del carácter (Anagrama, Barcelona, 2000, p. 155); dicho pensamiento me gustaría interpretarlo a la luz del sistema educativo partiendo de la tesis de que la educación actual corroe el carácter de los jóvenes para convertir a muchos -no a todos- en egoístas, superficiales y desdeñosos, tres factores que se encaraman al podio de la virtud cuando no deberían ser más que aberraciones del carácter.
Nuestro sistema educativo convierte a muchos jóvenes -no a todos- en egoístas porque aprenden que el sistema sólo es viable si uno piensa en sí mismo, acumula para sí mismo y trata al prójimo como un rival. Los docentes, que fueron doblemente corroídos para llegar a su puesto de trabajo porque han de competir en oposiciones a muerte donde sólo se sobrevive si han muerto todos los demás adversarios -por no hablar de las batallas por el concurso de traslados- han interiorizado la lucha encarnizada e individualista, totalmente ajena al espíritu colaborativo y solidario que debiera ser connatural a nuestra profesión, la cual se transmite a los pupilos de forma inequívoca en el currículo oculto.
Nuestro sistema educativo convierte a muchos jóvenes -no a todos- en superficiales porque el propio sistema porfía en la superficialidad. Una continua muestra de apariencia, en la que la solidez y la sustancia brillan por su ausencia, convierte al sistema educativo en una red de locales donde, en vez de enseñar a vivir, se enseña a sobrevivir, a sobrellevar la vida, a entretenerse, a resignarse, a violentarse, a frustrarse. A envilecerse.
Nuestro sistema educativo convierte a muchos jóvenes -no a todos- en desdeñosos porque transmite indiferencia por la grandeza que significa estar vivos, porque las alegrías o tristezas de los jóvenes resultan ajenas, porque hay que salir pitando en cuanto suena un pavloviano timbre, porque escuchar a los alumnos con tiempo y tranquilidad no da dinero ni puntos para sexenios. Porque la indiferencia es el mejor modo de no dar problemas y de estar tranquilos.
Parece que el modelo ideal de alumno que pretende construir el sistema educativo es el de aquel que obtiene buenas calificaciones a costa de mostrarse excelente en egoísmo, superficialidad y desdén, tres competencias básicas que suponen el paso previo para psicopatizarle y, por tanto, para construir una sociedad donde los seres humanos son incapaces de cuidarse entre sí.
Les dejo con las perlas de Sennet que, aunque él aplica al mundo laboral, son interpretables desde una óptica educativa:
Las cualidades del buen trabajo no son las cualidades del buen carácter. (p 20)
Antes era liberal, en el generoso sentido americano de preocuparse por los pobres y comportarse bien con las minorías, como los homosexuales y los negros. La intolerancia de Enrico hacia los negros y extranjeros avergonzaba a su hijo. No obstante, desde que empezó a trabajar dice que se ha vuelto un «conservador cultural». Al igual que la mayoría de la gente de su edad detesta a los parásitos sociales, encarnados para él en la figura de la madre a cargo de la beneficiencia, que se gasta en alcohol y drogas los cheques del Estado. 8p 26)
El trabajo está descentralizado desde el punto de vista físico, pero el poder ejercido sobre los trabajadores es más directo. El teletrabajo es la última isla del nuevo régimen. (p 61)
Davos está dedicado al calentamiento económico global, y el centro de conferencias está a rebosar de ex comunistas que ensalzan las virtudes del libre comercio y el consumo indiscriminado. La lengua franca es el inglés, una prueba del papel dominante de Estados Unidos en el n uevo capitalismo; la mayoría de los asistentes habla un muy buen inglés. El Foro Económico Mundia funciona más como una corte que como un congreso. Sus monarcas son los gobernadores de los grandes bancos o los directores de empresas internacionales, todos ellos buenos oyentes. Los cortesanos hablan con fluidez y en un tono bajo, siempre a punto de solicitar un préstamo o concretar una venta. A estos hombres de negocios (son, en su mayor parte, hombres), la semana de Davos les cuesta un montón de donero; sólo acude gente del más alto nivel, pero esa atmósfera cortesana está contaminada por cierto temor, el temor a quedar fuera de combate, a ser excluido de este nevado Versalles. (p. 62)
Cuando el 80% de un grupo de panaderos dice que es de clase media, en realidad no están contestando a la pregunta de cuánto dinero tienen, o cuánto poder, sino de cómo se valoran a sí mismos. La respuesta es «Soy bastante bueno». (p. 67)
Cómo te saludó el jefe por la mañana, a quiénes invitaron sólo a una copa en la recepción y a quiénes invitaron a la cena después: estas son las señales de lo que realmente ocurre en la oficina. (p. 82)
La cultura moderna del riesgo se caracteriza porque no moverse es sinónimo de fracaso, y la estabilidad parece casi una muerte en vida. (p. 91)
Una aprensión es una ansiedad por lo que puede ocurrir; la aprensión la crea un clima en el que se hace hincapié en el riesgo constante, y aumenta cuando la experiencia pasada no parece una guía para el presente. (p. 101)
El trabajo en equipo es la práctica en grupo de la superficialidad degradante. (p. 104) (…) Los grupos tienden a seguir unidos manteniéndose en la superficie de las cosas; la superficialidad compartida mantiene unida a la gente gracias a la omisión de cuestiones personales difíciles, divisorias. (p. 113).
Weber creía que la antigua exhortación de Hesíodo al campesino -«No pospongas»- se invertía en el capitalismo para volverse «Debes posponer» (…). La postergación es infinita, el sacrificio no conoce treguas; la recompensa prometida no llega nunca. (p. 108).
El fracaso es el gran tabú moderno. La literatura popular está llena de recetas para triunfar, pero por lo general callan en lo que atañe a la cuestión de manejar el fracaso. aceptar el fracaso, darle una forma y un lugar en la historia personal es algo que puede obsesionarnos internamente pero que rara vez< se comenta con los demás. Preferimos refugiarnos en la seguridad de los clichés. Los campeoones de los pobres lo hacen cuando intentan sustituir el lamento «He fracasado» por la fórmula, supuestamente terapéutica: «No, no has fracasado; eres una vísctima». (p. 124).
La ideología de parasitismo social es una potente herramienta disciplinaria en el lugar de trabajo; los trabajadores quieren demostrar que no se están alimentando del esfuerzo de otros. (p. 147)
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