Ante las amenazas que últimamente se ciernen sobre las asignaturas filosóficas en la educación secundaria es importante que se alimente el debate y, con él, la argumentación sosegada con obras de gran calidad reflexiva como Huérfanos de sofía. Elogio y defensa de la enseñanza de la filosofía, publicado por Fórcola.
Me interesan particularmente los capítulos escritos por los profesores de enseñanza secundaria, quienes están al pie del cañón y conocen en primera persona la problemática sobre la vulnerabilidad de la asignatura y las ciertas dificultades que surgen en el aula cuando se imparte. No obstante es de agradecer la fundamentación teórica sobre la legitimidad y necesidad de los estudios de esta asignatura que aportan varios profesores universitarios en los capítulos finales de este recomendable libro. Eso sí, hubiera sido muy importante haber dedicado un capítulo a la enseñanza de la filosofía en la educación primaria, algo que no acierto a comprender por qué no se ha planteado.
El primer capítulo lo escribe el profesor Manoel Muxico y consiste en una interesante entrevista con cinco de sus antiguos estudiantes. De su exquisita educación y sus bien argumentados comentarios se deduce que Muxico ha escogido a estos jóvenes por su brillantez y capacidad analítica, pero echo en falta también otra entrevista con los estudiantes no tan modélicos, con los que padecen desestructuración familiar y problemas económicos e, incluso, hubiera sido bueno haber leído también una charla en la que intervinieran estudiantes que en clase son disruptivos. Y es que ¿la asignatura de filosofía aporta algo a los que sufren carencias económicas o intelectuales o no es más que una materia apropiada para jóvenes brillantes y con las necesidades materiales cubiertas? La respuesta no es obvia para todo el mundo, de ahí algunas de las justificaciones (erróneas) para tratar de extirparla de los planes de estudio.
El segundo capítulo lo escribe la profesora Ana de Lacalle y es el que más me ha sorprendido porque defiende una práctica didáctica diferente a mi forma de entender la educación. Indica en su curriculum (que figura al final del libro junto al de los otros autores) que ha desarrollado cursos del programa de Matthew Lipman pero, sin embargo, escribe algo diametralmente opuesto a lo que propone el fundador del programa Filosofía para Niños: «el sistema educativo falla de raíz cuando propone una metodología en la que el alumno sea el protagonista de su aprendizaje y el profesor un mero orientador» (p. 45); a diferencia de Lacalle, sí creo que el profesor deba aspirar a ser un facilitador aunque, ciertamente, sea complicado lograrlo con efectividad. Tampoco me termina de convencer su propuesta de explicar en clase exclusivamente una historia de la filosofía en vez de filosofía-a-secas (cfr. p. 50); de hecho, en mi modesta y quizá errónea opinión, habría que eliminar del temario a varios filósofos históricos que poco aportan al joven de hoy en día en comparación con otros contemporáneos que pasan desapercibidos para quienes diseñan el curriculum oficial. Me parece claro que se puede filosofar sin conocer la historia de la filosofía, especialmente cuando se trata de enseñar filosofía a los adolescentes; sobra decir que de esto no se desprende que la historia de la filosofía deba ser fulminada. En cualquier caso siempre se agradece conocer formas distintas de entender la didáctica para cuestionarse uno mismo si va por el buen camino en el difícil arte de educar.
Es inevitable que un libro de filosofía escrito por tantos autores entrañe numerosas perspectivas, a veces contradictorias entre sí. De este modo al texto de Lacalle se le opondría el del profesor Ramón Sánchez Ramón —más próximo a mi forma de entender la educación— para quien «los protagonistas no somos nosotros, los profesores, sino los alumnos» (p. 59). Comparto totalmente su discurso crítico sobre cómo se entiende la figura del profesor:
El alumno calla, las miradas convergen en el profesor, que está en el centro del escenario, y la voz devuelve a la mirada un saber clausurado que es vertido en los alumnos a los que supone ignorantes. Es una escenificación de la autoridad que convierte al alumno en cosa, en un vaso que debe ser llenado (…). El profesor no es profesor porque como tal lo reconozcan los alumnos, sino que llega al aula ya revestido de autoridad. Su derecho a la palabra no se lo da la mirada de los alumnos, ni su mutuo reconocimiento, sino la autoridad que desde fuera ha montado el escenario y ha escrito el guión. Ser profesor no es una circunstancia vital, ni una experiencia, sino un título que viene dado antes de comenzar la clase. (p. 62).
Prosigue Sánchez afirmando que
Nuestras clases tienen que ser un lugar donde se hagan preguntas que importan y nuestro trabajo es mostrar que merece la pena buscar respuestas, aunque sea una tarea trabajosa y que exige estudio, conocimientos y un aprendizaje. Debemos apartarnos de la cabecera del aula y ponerlos en conversación con los que nos han enseñado a pensar. (p. 74).
Estoy convencido de que si la filosofía se explicara siempre a la manera lipmaniana no habría generado tanta animadversión entre la sociedad. Y es que, seamos sinceros, las prácticas didácticas pobres —y no la filosofía per se— están en el origen de la mala fama, con sus excepciones, que tiene esta asignatura entre la sociedad, hecho que ha sabido aprovechar el gobierno para demagógicamente atacarla con la complicidad silente de las gentes.
El siguiente capítulo lo escribe otro profesor de secundaria, Damián Cerezuela Frías, que prosigue la línea socrática-lipmaniana del capítulo anterior, en el que destacaría el siguiente párrafo que con el que me identifico:
Con la ayuda de textos sencillos o adaptados, y ejerciendo de posibilitador mayéutico, la clase podrá convertirse en una comunidad de investigación filosófica siempre que se evite caer en una especie de debate televisivo donde lo importante sea vencer (p. 85).
A continuación escribe el profesor Àlex Mumbrú, coordinador del libro a quien hay que felicitar por tan importante iniciativa. Su escrito trata sobre las servidumbres de la filosofía y da con la clave de la esencia de la didáctica de la filosofía, con la que estoy de acuerdo:
«Pero si me lo sabía todo», arguyen. No es hasta que perciben que no se les pide una repetición papagayesca de los apuntes e clase, sino una argumentación razonada y coherente sobre un determinado problema, que comienzan a comprender por dónde discurre la asignatura (p. 104).
El más crítico de todos los capítulos es el de Salas Sánchez Bennasar que no deja profesor universitario con cabeza. Me limitaré a compartir algunas de sus perlas:
Los profesores daban las explicaciones sin notas, sin ganas; llegaban tarde, se iban temprano, o directamente no aparecían. Como anécdota: ya sabíamos los alumnos que no hacía falta ir a la clase de cierto profesor se caía el día después de un partido del Barça. No me lo invento (p. 109). Ahora me siento horrorizada de la timidez inculcada en mí a base de apuntes catatónicos y afirmaciones categóricas. Así que el primer año en Londres fue para mí un año de ruptura, de intentar deshacerme del bagaje que arrastraba. (p. 111). [En Inglaterra] el profesor no se ofende si el estudiante le pone pegas y le pide explicaciones, sino todo lo contrario (p. 112). Es innegociable la concepción de la filosofía como diálogo (p. 114). [En España] la educación de la filosofía no está dirigida a formar buenos pensadores (p. 118).
Los últimos siete capítulos los escriben profesores universitarios que no sé si compartirían las palabras de Sánchez Bennasar. Sin duda se trata de excelentes disertaciones acerca del papel de la filosofía en la educación y en la sociedad en general, analizada desde diversas perspectivas: la fenomenología, la teoría de campos de Bourdieu, la ética aplicada, etc., que merecen ser leídos con atención porque ayudan a entender las razones profundas que explican que la filosofía sea importante en el proceso formativo de los adolescentes.
En definitiva, Huérfanos de Sofía es una lectura obligatoria para profesores —no solo de filosofía— que deseen mejorar su labor docente y reflexionar sobre la importancia de su trabajo personal y diario en el aula de filosofía, labor que estos días tanto parece cuestionar la sociedad en general y el gobierno en particular.
FICHA TÉCNICA: Título: Huérfanos de Sofía. Elogio y defensa de la enseñanza de la filosofía Autor: Varios autores. Coord. por Àlex Mumbrú ISBN:978-84-15174-93-6 Nº de páginas: 243 Encuadernación:Tapa blanda Año: 2014
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