La entrega de libros filosóficos a los estudiantes es un asunto tan importante que debe ser un acto individualizado. Hay que «recetar» un libro concreto a cada estudiante porque está claro que todos tienen distinta sensibilidad y receptividad dependiendo de cómo sea el libro de turno. No creo que sea bueno obligar a toda la clase a leer la misma obra. De este modo un buen número de libros de mi biblioteca personal los tienen los estudiantes.
Los alumnos eligen entre varias decenas de títulos aquel que más le interesa. Explico el contenido de cada uno de ellos y los jóvenes levantan la mano si les gustaría leerlo; si hay más de un candidato se inicia una subasta: el que se comprometa a leerlo en menos días se lo lleva.
Solo les pongo una condición: cuando terminen de leer el libro deben comentarlo ante toda la clase y exponerse a las preguntas inquisitivas y «nada misericordes» de sus compañeros en lo que vendría a ser una especie de «tertulia literaria» o «club del libro». También les pido que subrayen y escriban comentarios en los márgenes de mis libros. No me gusta que me los devuelvan intactos.
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