Dicen que los buenos escritores tienen cierto grado de esquizofrenia domesticada, lo que les permite acceder a otras realidades que solo existen en su mente pero con capacidad suficiente para reincoporarse a la realidad cuando deseen. De esos mundos ficticios obtienen el material para sus obras. Sin embargo hay algunos que no pueden volver o que no controlan su ascenso a las otras realidades, este es el caso del Doctor Pasavento quien no supo diferenciar las tres vidas que conformaban su «yo» esquizoide.
Tiene razón Mari Cruz al afirmar que el autor catalán es la gota de frescor que necesitaban las letras españolas. Sobre un esquizofrénico se pueden ver películas de terror o tratados de psiquiatría, pero meternos en su mente y hacernos cómplices del enfermo para comprenderle y perdonarle solo lo consigue el frescor de Vila-Matas.
Es un libro también de venganzas soterradas. Cuando leí lo siguiente me bastaron un par de búsquedas en Google para dar con la autora (aunque nuestro escritor le cambia el sexo) que sufre la inquina de Vila-Matas, lo cual me transforma automáticamente de lector en cotilla, en lo que bien podría ser un nuevo género literario: el cotillismo guglecomplementario.
Reaparezco para decirme a mí mismo que sigo indignado con el artículo que leí ayer de un escritor español de mi generación al que creo conocer bien y que yo sé que está más obsesionado por el reconocimiento (que no le llega) de su obra que por la paciente construcción de esa obra. Ese reconocimiento no le llega precisamente porque su talento queda anegado por la extrema obsesión del éxito que a él le guía siempre, y también, todo sea dicho, porque sus novelas, acogiéndose a una vaga idea de vanguardismo, acaban mostrando siempre la alarmante falta de un tornillo. El hecho es que ha escrito un combativo artículo en el que apoya y defiende que a Elfriede Jelinek haya justificado su no asistencia a la entrega del Nobel diciéndoles a los suecos que «el peor lugar para un artista es la fama y que la imaginación es el lugar del escritor».
Todo sería más o menos correcto de no ser porque el artículo lo inicia citando y manoseando a Robert Walser, de quien dice que es «autor de la novela Jacobo von Gantan» (obviamente el título está equivocado, se refiere a Jakob von Gunten, delata que no conoce muy bien el libro) y, citando sus célebres palabras: «Me horroriza la idea de que pudiera tener éxito en la vida.»
Hay en esa doble cita una frivolidad indignante. Y es que el autor del artículo toma alegremente el nombre de Walser en vano al traerlo a colación sólo para poder decir que él comparte con Elfriede Jelinek «una suprema pasión por el autor suizo» y así en realidad poder hablar de él mismo y de lo mal que le tratan la crítica, los escritores y los editores, aunque nada dice de lo mal que también le tratan los lecotres, que no son idiotas y que, de ser un genio, ya le habrían echado una mano y si no se la echan es porque han visto lo del tornillo.
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