En los centros educativos de la República Checa los tres primeros días de ausencia por enfermedad no se pagan al profesorado. De nada sirve el justificante médico, aunque sea este requisito obligatorio. El cuarto las autoridades gubernamentales son más «comprensivas» y toleran que se reciba el 60% del salario diario. Si se necesita más tiempo para la recuperación el sueldo aumenta paulatinamente hasta que tenga que intervenir la compañía de seguros.
Esta ley es fruto de la sospecha social que recae sobre el profesorado checo que le tilda de tramposo a la hora de solicitar bajas médicas por el supuesto colegueo con los doctores -las otras grandes víctimas de la ínfima remuneración económica- y la connivencia de los equipos directivos. Esta ley entró en vigor el presente curso y me dicen que los casos de gripe entre el profesorado han disminuido ostensiblemente.
Para mi es un insulto porque nos convierten en culpables de simulación por defecto. Si los salarios de los profesores checos son tan moderados que le impelen a sobrevivir a duras penas, caer en las garras de la gripe supone un mazazo contundente contra la economía familiar. Por eso no me extraña toparme en los pasillos con compañeros con los ojos rojos, luchando contra las mucosidades armados de pañuelos y resignación, carraspeando, aguantando a duras penas la tos para no molestar, contagiando a otros y haciendo de tripas corazón por no cobrar este mes un 20% menos.
El mensaje al profesorado está claro: ¡Demuestre lo contrario poniéndose peor! Ante tamaño despropósito los sindicatos de profesores son incapaces de movilizar a sus bases para reclamar un trato respetuoso por parte de las administraciones. A la comunidad educativa checa le falta unidad de acción y desprenderse definitivamente de la inercia del miedo que instituyera el régimen anterior.
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