Tres de cada cuatro checos están divorciados lo que implica que muchos de los estudiantes dividan su tiempo entre la casa de su padre y la de su madre, que esté extendida la figura del padrastro o la madrastra y que exista cierta tendencia a satisfacer todos los deseos de los hijos para compensar, supongo, posibles complejos de culpa por parte de los progenitores. La República Checa es un país mayoritariamente ateo aunque el catolicismo goza de cierto auge como valor burgués y antítesis del malhadado comunismo; es, sin embargo, un catolicismo «a la carta» que permite a los checos, como si despetalaran una margarita, elegir qué les gusta y qué no, despreciando, de esta forma, la amenaza infernal del divorcio y soslayando otros menesteres incompatibles con el buen vivir materialista.
La crisis no ha llegado todavía a este país, al menos de forma palpable, pero a buen seguro, cuando nos visite, el índice de separaciones caerá en picado y es que por encima de los valores subjetivos de las religiones y las ideologías, se hallan los valores objetivos y contundentes del capital que dice con sonrisa burlona: si te divorcias te «sajo». Contra ello no hay averno-de-Brno que pueda competir.
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