El oficio de educar consiste, entre otros asuntos, en enseñar a domesticar las frustraciones con entereza y afrontar el futuro con un razonable optimismo sin caer en el exceso de esperanzas. Ya lo decía Séneca.
Si los profesores no prestamos atención a «educar en la frustración» estaremos creando iracundas masas robóticas, consumidoras de noticias que manipulen sus pasiones más dañinas que acabarán elevando al poder a algún «contenedor emocional» o «estrella mediático-mediocre» cuyas únicas virtudes serán la estética y la capacidad de enojar al populacho frente a enemigos inexistentes.
Lo demás de la educación -vg. la matemática, la lengua, la historia y la filosofía- es secundario, no es más que un medio para frustrar de forma controlada en el laboratorio de la vida que es el instituto. A asumir las frustraciones se aprende sufriendo muchas frustraciones; creo, por tanto, que las asignaturas cumplen un excelente papel en el camino preparatorio para la vida, no por su contenido sino por su capacidad de frustrar.
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