Hoy me encontré en la gasolinera a la dependienta asustada, temblando, casi llorando. Minutos antes un borracho la agredió verbalmente y la insultó con vehemencia. El individuo ya no estaba allí porque huyó despavorido cuando la temblorosa mujer pudo llamar a la policía en un momento en que el bandido, despistado, se disponía a robar unas cervezas de la nevera.
Mientras esperábamos a la policía —que nunca llegó— la mujer me describió al sujeto: negro, calvo, maloliente, negro, corpulento, harapiento, enajenado, negro… Parecía temer más a su negritud que a las propias amenazas.
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