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Una habitación en Holanda

Es conditio sine qua non del acto de creación que acompañe el contexto, el territorio, el paisaje y el paisanaje. Es así que no hubiera surgido el método cartesiano si no existiera Holanda porque, al parecer, los Países Bajos hacen sentir a uno dominador y poseedor de la naturaleza, paso previo a sentirse realmente vivo, a observarse como un ser pensador que acabe gritando emocionado en la arquimédica y relajante bañera «cogito!» «sum!«.

Un Descartes desposeído de su patria francesa, repleta de atractivas tentaciones que impiden a uno pensar, pudo encontrar en Holanda el reposo suficiente para que fructificaran ideas, escribiera con disciplina y se sumergiera en la soledad indispensable para la destilación del método de conocimiento que revolucionaría la historia de la humanidad.

Pierre Bergounioux recorre a vista de pájaro la Europa del siglo XVII sobrevolando con detenimiento las calles y parajes por los que, en ese mismo momento, pasea Descartes, y medita, y lucha o dialoga. Solo Holanda pudo brindar al gran Renato la oportunidad de hallar su método dentro de lo más profundo de su ser. «Los países que permiten trabajar como es debido no abundan», lo que quizá explique que no haya surgido un filósofo grande en España.


Las 91 páginas de Una habitación en Holanda nos invitan a escapar del lugar en el que hayamos nacido, nos urgen a encontrar nuestro espacio vital allende nuestras fronteras para liberar al espíritu que, exangüe y acobardado, lucha por expresarse frente a un futuro similar al del león del zoológico. Este librito es un espléndido alegato para liberar la pulsión que nos transforma en viajeros: no revolucionaremos la historia de la filosofía pero sí liberaremos nuestro espíritu.

La editorial Minúscula nos trae de nuevo destellos de felicidad al regalarnos un Descartes cercano que se deja tocar, tratar e interrumpir en su labor creadora. No le diré nada. Que siga creando desde el limbo. Ahí van algunas perlas:

Nos toca a nosotros adivinar sus razones, entender qué pasión lo arrastra a un país extranjero, en plena guerra, cuando solo tiene la intención de pensar y sin que le importe en absoluto que lo haga aquí o allí. (p. 48)

¿Qué lugar se prestará a esta actividad, dónde filosofar? hay un país que reúne ventajas que lo hacen preferible a cualquier otro. Son los Países Bajos. (p. 68)

La rica vida social, el gusto por la conversación, si no se va con cuidado, impiden trabajar como es debido, es decir, sin pausa, solo. Siempre habrá algún vecino, algún conversador de talento, alguna dama que abra vuestra puerta para distraeros o sacaros de casa. Es preciso, pues, exiliarse. (pp. 89-90).

Por Rafael Robles

Me llamo Rafael Robles y en esta web comparto mis experiencias docentes en varios países (Irán, República Dominicana, Haití, China, Estados Unidos, España y República Checa) y reflexiones sobre filosofía y el mundo educativo.

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