China está llena de bicicletas. A la puerta de mi instituto la chiquillería deja allí sus biciclos que les traen desde los más remotos lugares de la ciudad de Deyang. También está mi bici. Mi segunda bici. La primera me la robaron cuando quise poner a prueba la virtud china a la puerta de unos grandes almacenes, dejándola sin candado. El resultado fue el mismo que en cualquier otro lugar del orbe.
Las encontramos hasta en las puertas de pequeños locales donde se juega a la bolsa. Ya saben: «un país, dos sistemas».
Pocos coches. Así da gusto. Hasta que empiece a llover.
Mi primera bicicleta, antes de que me la robaran, en la puerta de la escalera que conduce a mi casa.
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