La Bhagavad-Gita es uno de los fragmentos del poema Mahabharata de los hindúes. Es el más conocido y, aparte de ser sagrado para millones de personas (es similar a los Evangelios del cristianismo), tiene unas implicaciones filosóficas, sobre todo para la ontología, que pasmosamente fueron escritas veintidós siglos antes de Heidegger (¿plagió el filósofo alemán los textos hindúes y los aderezó con un oscuro toque occidental para «disimular»?
Aunque siempre lo fui postergando, acabé leyéndolo por recomendación de un amigo chií. Tras numerosos párrafos hablando de las bondades de la ataraxia y de la imperturbabilidad del alma para acercarse a la santidad, algo muy normal en toda la literatura religiosa, de repente me topo con la siguiente afirmación, con reminiscencias sartrianas, de Krishna, «el Bienaventurado Señor», «el supremo Brahman» (IX, 9 y 19):
Yo soy la fuente y el fundamento de todo lo existente, pero no estoy situado en lo que existe.
Yo doy el calor, Yo quito y envío la lluvia; Yo soy, ¡oh, Arjuna!, la inmortalidad y la muerte, el ser y la nada.
Según el texto sagrado ¡Dios es deísta! ¡Dios es el ser y la nada! ¡Es y no es a la vez! ¡Dios es nada! Perdonen mi ignorancia, según este texto ¿el Dios de los hindúes es ateo? Es sabido que muchos textos religiosos están plagados de contradicciones que hay que resolver a la luz del simbolismo, pero lo anterior no hay forma de entenderlo, al menos por mi parte.
Les dejo con algunos versículos de la versión de José Barrio Gutiérrez (editorial EDAF), que quizá disuadan mis sospechas sobre el ateísmo del Dios de los hindúes:
El hombre iluminado no se entristece por los vivos ni por los muertos. (II, 11)
Quien es lo suficientemente firme y sabio para permanecer tranquilo en el placer y en el dolor, éste alcanzará la inmortalidad. (II, 15).
Quien no se inmuta por nada, aunque le acaezca un mal o un bien, quien ni odia ni se entristece, ése está sólidamente en posesión de la sabiduría. (II, 57).
El que se abstiene de comer, logra apartar de sus sentidos el estímulo, pero no elimina el íntimo deseo del sentido; este íntimo deseo sólo desaparece cuando se ha visto el Supremo Ser. (II, 59).
¡Oh, Varshneva! ¿Qué fuerza hay en el hombre que le impulsa a pecar, a pesar de que su propia voluntad se oponga? (III, 36).
Los placeres que nacen de las cosas del mundo, al final originan tristeza, pues tienen principio y fin; por ellos el sabio, el «budha», no confía a ellas su felicidad. (V, 22)
Es hombre ilustre quien considera iguales al amigo y al enemigo, al pecador y al santo, al piadoso y al indiferente. (VI, 9).
Quien al morir piensa en Mí, se une conmigo; esto es indudable. Por el contrario, quien al morir tiene su pensamiento fijo en algún ser creado se reencarnará en él, es decir, volverá a renacer bajo la forma en que su alma pensaba durante su vida terrestre. (VIII, 68).
Quienes ofrecen sacrificios con devoción y fe a otras divinidades, también los ofrecen a Mí, aunque, ¡oh, hijo de Kunto!, no sigan la verdadera ley. (IX, 23).
Alcanza Mi amor quien (…) está contento de cualquier cosa y no ama a ningún ser y mantiene su espíritu fijo en Mí. (XII, 13-19).
Para terminar, vean el vídeo de un ejemplo de manifestación religiosa provocada por el Bhagavad-Gita. Si lo ven por completo la música resonará en sus cabezas durante un par de días.
Igualmente recomendable es que escuche los versos cantados del libro sagrado:
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