Danny Postel hizo una de las últimas entrevistas al filósofo Richard Rorty antes de que muriera, donde hay una alusión a Irán, un país iniciático para mucho filósofos, que me ha interesado:
¿Cómo te sientes acerca de tu interesante compromiso de trabajo en Irán? Fuiste invitado a dictar clase en Teherán en 2004 y encontraste un gran interés por lo que tenías que decir. Más recientemente, el disidente iraní Akbar Ganji te buscó en California y ambos tuvieron una larga conversación. En marzo estuve en una librería en Teherán y vi varios de tus libros así como una colección de ensayos sobre ti en inglés y persa. Me pregunto: ¿qué te parece todo esto?
Cuando visité Teherán me sorprendí al escuchar que algunos de mis escritos se habían traducido al persa y además con una considerable cantidad de lectores. Me intrigó el hecho de que ciertos debates un tanto cuanto cargados –y que se suscitan entre filósofos europeos y estadounidenses, y en los que tomo parte– fueran de algún interés para los estudiantes iraníes. Pero en la respuesta a mi plática sobre “Democracia y filosofía” quedó claro que verdaderamente había gran interés sobre los temas ahí expuestos.
Cuando se me dijo que otra personalidad muy discutida en Teherán era Habermas, concluí que la mejor explicación por el interés sobre mi trabajo era la circunstancia de que comparto la visión de Habermas sobre la utopía socialdemócrata. En esta utopía, muchas de las funciones del presente, atendidas por miembros de las comunidades religiosas, habrían de ser tomadas por lo que Habermas llama “patriotismo constitucional”. Alguna forma de patriotismo –la solidaridad con los conciudadanos y las esperanzas compartidas por el futuro del país– es necesaria si uno ha de tomarse la política seriamente. En un país teocrático, una oposición política de izquierda debe estar preparada para contrarrestar los reclamos del clero, en el sentido de que la identidad nacional se defina por la tradición religiosa. Así pues, la izquierda requiere, específicamente, de una forma secularizada de celo moral tal que centre el respeto del ciudadano en sus semejantes, en vez de la relación de la nación con Dios.
Mis puntos de vista sobre estos temas derivan de los de Habermas y John Dewey. En las primeras décadas del siglo xx, Dewey ayudó a que surgiera una cultura en la cual fuera posible, para los estadounidenses, sustituir la religiosidad cristiana con una fuerte y decidida adhesión a las instituciones democráticas (junto con una gran esperanza por el mejoramiento de esas instituciones). En décadas recientes, Habermas ha venido recomendando a los europeos esa cultura. En oposición a líderes religiosos como Benedicto xvi y los ayatolas, Habermas argumenta que la opción ante la fe religiosa no es el “relativismo” ni la “expulsión”, sino nuevas formas de solidaridad basadas en la Ilustración.
El Papa dijo recientemente: “En Europa se ha desarrollado una cultura que es la más radical contradicción, no sólo para la cristiandad, sino para todas las tradiciones religiosas y morales de la humanidad.” Dewey y Habermas habrían replicado que la cultura que surgió de la Ilustración ha respetado todo lo cristiano que ha valido la pena respetar. Occidente ha improvisado, en el curso de los últimos doscientos años, una tradición moral específicamente secularista –la que considera el libre consenso de los ciudadanos de una sociedad democrática, en vez de la voluntad divina, como fuente de imperativo moral. Este cambio de punto de vista es, creo yo, el más importante avance logrado hasta hoy en Occidente. Me gustaría pensar que los estudiantes a quienes me dirigí en Teherán, impresionados por los escritos de Habermas, e inspirados por el valor de pensadores como Ganji y Ramin Jahanbegloo, algún día harán de Irán el núcleo de la Ilustración islámica.
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