En el dique seco

Pobre en Praga

Augusten Burroughs «la vuelve a liar» en su último libro En el dique seco (Anagrama, 2008). Hay quienes afirman que la homosexualidad y el alcoholismo constituyen una debilidad psicológica y/o física aunque nadie, hoy en día, ose decirlo en público por miedo a ser discriminado y tratado como un apestado social. Quien sí que es un «apestado» es Burroughs, que se jacta de serlo y lleva a gala su «inmoralidad» dipsómana, sodomita y victimista allí por donde va, con la aquiescencia de una sociedad que le tolera porque gana mucho dinero a costa de vender mentiras -es publicista-.

La obsesión por el «entumecimiento» cerebral y por la fama que parece afectar a nuestra sociedad (como televidentes ávidos de ídolos o como seres carentes de cariño necesitados de admiración) relucen en este libro a través de un lenguaje dinámico y atractivo. Borroughs, cuyos modales depravados me recuerdan a Beigbeder, será «un despistado moral» con deseos de expiación pero ¡qué bien escribe! El autor explica de forma desenfadada su relación con la botella y sus intentos por desintoxicarse. Si lo consigue o no es lo de menos, lo importante es leer la profundización impúdica en el espíritu del alcohólico, ese tan incentivado por los gobiernos para pacificar a las gentes. Algunos pensaran que lo que describe Borroughs no es más que un síntoma de la decadencia de Occidente.

Es una continuación de Recortes de mi vida
(también publicada por Anagrama) su conocida obra autobiográfica que inspiró la provocadora película protagonizada por Paltrow y Baldwin. Se puede encontrar en Internet. Si la ven comprenderán que con unos padres como los que aparecen en esta película es comprensible que el escritor-protagonista de En el dique seco haya perdido el norte.

Dado que vivo en el país que más cerveza consume del mundo no he podido evitar relacionar el desplome moral del alcohólico Burroughs con los numerosos hombres que veo apostados en las estaciones del tren o en los túneles hablando solos o pidiendo dinero agarrados a la botella. Burroughs es rico y lo tiene fácil para superarlo, pero los que de verdad despiertan una profunda conmiseración son los que todos los días, incluso en el gélido invierno checo, deben hacer frente al síndrome de abstinencia y a la ausencia de calor humano y térmico.

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