El instituto de Brno donde trabajo goza de una limpieza impecable. Las cuatro mujeres encargadas de tan dura labor la hacen de forma encomiable, dedicada, perfeccionista y entregada. Ante cualquier ápice de suciedad el equipo directivo avizora y, si se tercia, no le duele prendas en «afear la conducta»; podrían hasta despedirlas. El efecto del acecho es que incluso en los días que más nieva, como hoy (vean el vídeo), el barro de los pasillos desaparece pronto; los servicios están impolutos, no hay rastro de polvo de tiza, los suelos relucen a las 6:30 de la mañana y hasta desaparecen de las mesas los escasos dibujitos y mensajes procaces que algunos estudiantes aburridos se afanan en plasmar.
En España es distinto. Aunque me he encontrado con limpiadoras -siempre mujeres- muy amables, los equipos directivos creo que, a diferencia de la República Checa cuyos institutos cuentan con mayor autonomía, carecen de competencias para incentivarlas con lo que los centros me parecen un poco -solo un poco- más sucios. ¿O será que los estudiantes y profesores españoles son más descuidados?
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