Los exámenes de contenidos valen para poco, es parte de la inercia que nos queda del pasado. Si los hago es porque me obliga la inspección a tener esta prueba material ante la posible reclamación de algún alumno, pero sólo eso.
Estos exámenes estarían justificados en los cursos a distancia o para aquellos alumnos que no quieren o no pueden asistir al aula, pero en un curso normal, salvo excepcionales circunstancias, sobran.
Que mis estudiantes vengan a clase puntualmente, participen y se comporten educadamente es razón suficiente para que aprueben el curso. Si además hacen correctamente las disertaciones, comentarios de textos, presentaciones orales y participan en los debates pueden obtener la máxima calificación; si no la alcanzan solo hay que indicarles específica e individualmente en qué han de mejorar.
Pregunte usted a su esposo que estudió filosofía en bachillerato hace quince años quién fue Spinoza o a usted misma qué propalaba Tomás de Aquino o a su hijo que sacó un diez en Ética hace dos años quién fue Kant. La respuesta será la misma: un balbuceo, un titubeo o una impostura porque no recordarán absolutamente nada.
Sin embargo si se enseña a expresarse por escrito con la excusa de Platón, a defender sus ideas frente a algún pensamiento concreto de Hobbes, a hablar en público sobre las excelencias o despropósitos de Aristóteles o a comentar un texto provocador de Nietzsche, olvidará el pensamiento de los filósofos con el paso del tiempo pero mantendrá la impronta de la redacción correcta y argumentada, del debate serio y ordenado, de la oratoria seductora y del comentario crítico.
Redactar, debatir, orar y comentar. Quien domine estas estrategias a lo largo de nuestro curso tendrá herramientas que le harán un poquito más libre, aunque apenas recuerde qué decía, por ejemplo, Habermas.
ACTUALIZACIÓN
Lean este interesante posteo de José María Ruiz en Palotic relacionado con la legislación andaluza acerca de no poner exámenes.
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