La pasada semana los tutores nos reunimos con los padres en lo que ha sido un encuentro que me ha satisfecho mucho. Por lo general los progenitores que asisten a estas reuniones suelen tener hijos menos conflictivos o problemáticos así que era de esperar el talante afectivo y dialogante de quienes asistieron. Tras dar la información general, algunos se quedaron para hacerme preguntas más concretas o ponerme sobre aviso acerca de algunas peculiaridades de sus vástagos.
El problema surge con los padres que no acudieron a la cita. No quiero con esto criticar a todos porque sus buenas razones tendrían -enfermedades, la cita ineludible con la partida verpertina en el bar, el trabajo, el cansancio, el programa de la televisión, la apatía, el olvido…- pero es crucial asistir a este tipo de encuentros para ajustar los engranajes que encaucen correctamente a sus hijos antes de que sea demasiado tarde. Agradezco al menos a quienes se excusaron por no poder asistir, pero estimo que los que ni acuden ni se preocupan por llamar al tutor aumentan las posibilidades de suponer un pesado lastre para sus hijos.
El mensaje que intenté transmitír es que la clave del éxito de sus hijos estriba en que haya comunicación entre los padres y el profesor, así que les di mi número de teléfono personal para que me llamaran a cualquier hora si así lo necesitaban. Parece que esta iniciativa les agradó.
Sentirme respaldado por ellos hace mi labor más eficiente. Ahora tocará llamar a los padres que no asistieron: intentaré que me apoyen porque es demasiada responsabilidad que me dejen sólo a mí la educación de sus hijos. Si alguno se mostrara evasivo despertará la peor de mis inquinas que solo podrá apaciguar la enorme pena que, a buen seguro, me despertará su hijo. Eso sí, si alguno de ellos se presentara el último día de clase exigiéndome que apruebe su hijo no habrá freno para la inquina y le daré la tarjeta de visita de un amigo psicólogo especializado en educación de padres.
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