Breve historia del satanismo

¿Pueden algunos de nuestros estudiantes encarnar el espíritu de Satanás? A buen seguro, tras leer esta hiperbólica pregunta retórica, habré despertado su curiosidad y no podrá evitar continuar leyendo este posteo. Hará usted bien.

Hay quien piensa que Satanás, el demonio, Belcebú, el Anticristo, Leviatán, Behemor, el Príncipe del Mal, o como diantres -que significa diablos- quiera usted denominarlo, campa por sus anchas en nuestros centros educativos tentando sutilmente a los jóvenes incautos para que hagan de este mundo un lugar un poquito peor.

Joseph McCabe, quien fuera fraile –antes que cocinero del ateísmo- explica en una estupenda e hilarante obra titulada Breve historia del satanismo editada en castellano por Melusina, explica, repito, que la idea del diablo es una vergonzante invención para domeñar a la población y justificar los desvaríos de los poderosos. Es obvio hoy en día deducir la irracionalidad de quienes creen en estos malignos seres supranaturales, pero antaño no era fácil alejarse de tamañas insensateces con las que comulgaban hasta los más ilustrados de los filósofos.

Como bien indica Joseph B. McGregor, cuesta entender que la Iglesia, doctores incluídos, creara, creyera y propalara la existencia de Satán, es por ello que conforte saber que hoy en día el papa asegura que Satanás ya no existe porque lo derrotó Jesús. Vale.

McGregor también se hace eco de la relación entre masonería y satanismo a lo largo de la historia. En este punto he de jactarme de tener la suerte de conocer a algunos masones en lugares variopintos del planeta cuya capacidad intelectual y firmes valores humanitarios me han hecho disfrutar sobremanera de su compañía y conversación. Los masones están en las antípodas de lo maligno, por mucho que intenten satanizar su imagen desde ámbitos ultra religiosos y totalitarios.

Anécdotas aparte, convendrán conmigo en que no existe esa cosa con cuernos en la cabeza, tridente puntiagudo, dotado de un enorme rabo -trasero-, ojos rebosantes de inquina y embutido en un disfraz rojo chillón; la cuestión en todo caso sería si existe lo que eso simboliza. Algunos de mis alumnos creen en el mal de ojo y zarandajas diabólicas por el estilo; es por ello que, como afirma Javier Cabanilles, informarse sea el mejor remedio para evitar el pensamiento que nos degrada como humanos. Este libro les servirá dado que, aparte de ahuyentar posibles supercherías desde un riguroso análisis histórico, les hará pasar una tarde muy divertida e instructiva.

Tras su lectura tomo conciencia de que yo, como profesor, no he de limitarme a ser psicólogo, madre, padre, amigo, hermano mayor, enfermero, agente de autoridad o histrión, sino que también me veo obligado a ejercer de exorcista para despojar a los no avisados el demonio que llevan dentro -que es lo mismo que desposeerles de la idea de que el diablo existe, que hay personas con poderes mágicos e inconsistencias por el estilo-. Queridos alumnos: a buen seguro habréis detectado mi ironía.

¡Lo olvidaba! Contesto a la pregunta del principio: sí, nuestros jóvenes pueden encarnar el espíritu de Satanás si los centros educativos se organizan para sacar a la luz lo peor que llevan dentro. Mezcle usted ausencia de amor, profesionalidad y vocación por parte del profesorado, con diseños arquitectónicos carcelarios, carencia de infraestructuras educativas y contenidos elegidos caprichosamente por gentes ancladas en el pasado para que el diablo se apodere sin remisión de las volubles almas de los adolescentes. Ya lo decía Noddings: «Queremos que las escuelas sean lugares en los que ser bueno sea posible y atractivo».

Por suerte trabajo en un centro donde se intenta en serio que afloren los mejores sentimientos que los estudiantes llevan dentro. ¡Y eso sin tener una ristra de ajos en la entrada!

Les dejo con algunas perlas.

COMPRAR EL LIBRO.

Entonces irrumpió en escena esa caterva perniciosa de hombres llamados librepensadores, que no respeta a Dios ni a Satán, y exige indicios y pruebas, y la restauración se activó. (p. 8)

La mayoría de los pensadores griegos incluso se burlaron de la idea de que el epíritu fuera como una «idea de la no existencia», tal y como dijo Zenón de Elea (p 12).

Siempre hemos llamado superstición a la religión de los demás. (p 19)

El clero siempre se empeña en luchar por el monoteísmo, no porque sea una idea espiritual o intelectualmente superior, sino porque, de haber sólo uno, dos o tres dioses sobresalientes, sus sacerdotes adquieren entonces mayores riquezas y se hacen más poderosos. (p 25)

No vemos ningún líder de una banda de demonios en todo el Antiguo Testamento. (p 30)

Pablo ordenó que las mujeres debían llevar la cabeza cubierta en la iglesia para que el diablo no pudiera entrar en ellas por los oídos. (p 37)

Los Padres de la Iglesia eran, en buena medida, unos simplones que no habían recibido una educación como es debido, y vivían en un tiempo en el que prácticamente todo el mundo creía en la magia. (p 38)

A Tomás de Aquino le fascinaban especialmente los casos de humanos que habían mantenido relaciones sexuales con demonios. Dijo que conocía de primera mano algunos casos y en su tratado Sobre el poder, que nadie osaría traducir hoy, abunda en un prolijo discurso sobre la fisiología de aquel negocio. (p 48).

El papa Juan XII, uno de los alborotadores más enloquecidos que haya llevado jamás la tiara papal, bebió a la salud del diablo en alguna de sus juergas. (p 51)

San Agustín, en su último período, ya exhausto y con la vida embotada, aseguró haber obligado, durante un examen público a que admitiera que los sacerdotes maniqueos elaboraran sus sacramentos con su propio semen y harina y utilizaban a muchachas como ella en el curso de su preparación. (p 62).

Generalmente eran mujeres las que se dedicaban a la brujería se debía a la misoginia de los monjes , quienes consideraban que la mujer era una criatura tan desamparada y vulnerable que los demonios encontraban en ella a una víctima fácil. (p 68)

COMPRAR EL LIBRO. (134 páginas, 10 euros).

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