El otro día me quedé absorto observando a una compañera profesora curando el pequeño rasguño que un alumno se hizo durante el recreo. El cariño, cordialidad, delicadeza, entrega y simpatía con que el joven fue atendido representa la imagen de lo que para mí es un centro educativo de calidad: aquel en el que ante todo prima la ética del cuidado.
El estudiante no sólo estaba siendo atendido sino que, sin ser consciente, aprendía la importante lección del amor, porque sabe amar quien ha sido amado antes. Dada la importancia del cariño para el ser humano y la dificultad para acceder a él que tienen muchos jóvenes, el deber principal del profesor debe ser amar a sus alumnos, incluso cuando estos no se muestren receptivos.
La filósofa Nel Noddings acaba de publicar en la editorial Amorrortu un inspirador libro para los docentes titulado La educación moral. Propuesta alternativa para la educación del carácter. La idea principal de esta obra es que «la principal meta educativa debe ser lograr el desarrollo de personas competentes, cuidadosas, cariñosas y agradables» (…) y que «todos los niños deben aprender a cuidar de otros seres humanos» (p 175).
Situar el amor como primer objetivo del proceso de enseñanza-aprendizaje incitará a que me acusen de idealista o de romanticón empedernido, pero, coincidiendo con Noddinngs, soy incapaz de ver otra función más crucial para los que nos dedicamos al noble oficio de educar. Dice la autora que ello conlleva cierta feminización de la enseñanza (p 189), lo cual comparto plenamente: Tanto en el gobierno de una nación como en la educación, los valores del cuidado asociados a la mujer -compasión, sensibilidad, ternura, etc.-, generalmente despreciados por el varón, son los que ayudan a construir una sociedad mejor.
Cada vez estoy más convencido de que la filosofía, la historia, la matemática o la lengua no son más que la excusa -o el medio- de los que se vale el buen profesor para amar y, por tanto, enseñar a amar. Mi función en la sociedad como profesor no es enseñar filosofía sino amar enseñando filosofía.
Por tanto creo que a los gurús del aprendizaje por competencias se les olvidó la más importante de todas: aprender a amar y a ser amado; la dejaremos para la siguiente y a buen seguro inminente reforma educativa. Si esta competencia no se lograra introducir en las programaciones, seguiremos construyendo una sociedad egoísta, competitiva -que no competente- por cuestiones baladíes, fratricida y sumisa ante el poder establecido (que, dicho sea de paso, suele estar representado por empresas extranjeras).
No duden en leer este libro si desean dar a su profesión docente una función más importante que la de recitador de apuntes o agente de autoridad. Antes de COMPRAR EL LIBRO (21,50 euros, 288 páginas) les dejo con algunas perlas:
Queremos que las escuelas sean lugares en los que ser bueno sea posible y atractivo. (p 32).
El amor al prójimo, en su forma más acabada, significa sencillamente ser capaz de decirle: «¿Qué te está pasando?». (p 45)
Los maestros tienen la particular responsabilidad de hacer conocer a sus alumnos el valor moral de la cooperación. (p 51)
Lo fundamental es que los alumnos piensen que los adultos de sus escuelas y comunidades los cuidan, que se preocupan por su bienestar y su desarrollo. Los niños pueden superar la pobreza material, y muchos de ellos, hacer caso omiso de la violencia que difunden los medios -o, por lo menos, padecer al mínimo sus efectos-, si mantienen una relación continua con adultos que obviamente les demuestren su preocupación. (p 61)
Las escuelas que aceptan obligaciones de tipo familiar y que brindan servicios completos obtienen mejores rendimientos académicos. (p 63)
Pedagogía perniciosa es rígida y coercitiva que pretende sustituir la voluntad del alumno por la del maestro. (p 65)
Incluso los profesores de filosofía insisten a menudo en que su intención no es mejorar a las personas por medio de la enseñanza de la ética. «No soy educador moral», dice el filósofo. «Enseño filosofía». Pero, ¿no es posible enseñar filosofía o literatura con plena conciencia de que la meta es ayudar a los alumnos a buscar la sabiduría y el perfeccionamiento moral? ¿Y acaso no es posible lograrlo sin imponerles una concepción particular de la moral (p 72)
Ayudar a los alumnos a entender cómo otros jóvenes parecidos a ellos se convirtieron en nazis fanáticos es una tarea importante para los maestros que se preocupan por la educación democrática y moral. (p 90).
Si el soldado pudiera imaginar el sufrimiento que está a punto de infligir, estaría menos dispuesto a hacer la guerra. (p 95)
Según la teoría del vacío, el liberalismo produce un vacío de valores que, por la misma naturaleza de los seres humanos, debe ser llenado. Las ideologías totalitarias se apresuran a llenar ese vacío y a satisfacer el deseo de pertenencia. (p 129)
En las escuelas, las críticas que despiertan los intentos de poner en práctica programas de educación moral están dirigidas tanto a quien los sugiere cmo al contenido. (p 133)
¿Por qué los profesores están tan mal preparados para recurrir a las historias en la enseñanza de su disciplina? (p 139)
No podemos utilizar medios dictatoriales para educar a ciudadanos democráticos. (p 144)
Nuestra sociedad no necesita esforzarse por lograr que sus niños se conviertan en los mejores matemáticos o científicos del mundo. Necesita cuidarlos: reducir la violencia, respetar el trabajo honesto de todo tipo, recompensar la excelencia en todo nivel, asegurar a los niños y los jóvenes un lugar en el mundo económico y social, formar personas que cuiden de manera competente a su familia y contribuyan de modo efectivo a su comunidad. (p 174)
Y aunque la mayoría llegamos a ser padres, todo indica que no somos muy buenos padres, no obstante lo cual las escuelas también pasan por alto esta inmensa tarea humana. (p 179)
El cuidado no tiene nada de sensiblero. Es la base, fuerte y poderosa, de la vida humana. (p 186)
Debido a que las virtudes femeninas (la compasión, la sensibilidad, la ternura y otras más) entran en conflicto con este código, son calificada scomo debilidades en la vida pública. (p 189)
Em muchas sociedades ha sido y es un insulto terrible llamar a un hombre «afeminado» o decir que piensa como una mujer. (p 190)
Gandhi ejercía, al parecer, una buena dosis de violencia psicológica en su vida íntima. (…) Jesús, si bien aconsejaba a sus seguidores que no fueran violentos, prometía que Dios haría justicia destruyendo a los malvados. (p 191)
Las personas bien cuidadas y felices no suelen cometer actos de violencia, engaño o negligencia. (p 269)
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