«El diálogo filosófico es una enfermedad de la que hay que proteger al pueblo», es lo que piensan algunas autoridades iraníes según nos indica Ramin Jahanbegloo en su excelente artículo «Estudiar filosofía en Teherán».
Jahanbegloo se vio obligado a ser residente de la legendaria prisión de Evin, como ya expliqué hace unos años, por denunciar la afrenta a quienes aman lo que eleva a la existencia humana: el diálogo filosófico. Sin embargo parece que el ínclito filósofo persa desconoce ciertas iniciativas filosóficas, ajenas a lo religioso (en lo que podríamos denominar un «ateísmo metodológico» que pone entre paréntesis las creencias de cada cual a la hora de la reflexión filosófica), como las de Saeed Naji, las de algunas escuelas de pensamiento crítico como Hamrahan-e-Aftab, y las de varios mulás incómodos para el régimen y similares a aquellos sacerdotes díscolos afines al cardenal Tarancón durante la dictadura de Franco. También debería considerar a Rorty, quien afirma que Irán será un núcleo de Ilustración.
No olvidemos que fue un respetado filósofo –Foucault– quien definiera al régimen iranio como la única alternativa seria al capitalismo y al comunismo. Hoy en día tamaña afirmación nos podría dibujar una mueca en el rostro, pero en su momento el proyecto revolucionario iraní incluía, por ejemplo, la opcionalidad sobre el velo, hasta que Occidente les impuso la guerra con Iraq y se vieron obligados a cohesionar al pueblo, al igual que hicieran los Reyes Católicos en España en torno al catolicismo frente a las amenazas externas a su soberanía. Desde entonces la continuas amenazas impiden a los persas dotarse de más cuotas de libertad.
Precisamente porque en Irán es más necesario un pensamiento filosófico que dote de sentido y fundamente a una forma de gobierno puesta en tela de juicio por las clases intelectuales -por definición minoritarias- la filosofía es un auténtico fluir. Las facultades de Filosofía rebosan de estudiantes que asumen con resignación la obligada lección de teología mientras esperan con impaciencia la llegada de la siguiente clase sobre postmodernidad, corriente ésta que, por su flexibilidad, se adapta tan bien a los objetivos de un régimen paternalista, pero que a los estudiantes avisados les da pie para adentrarse en otros niveles de significado que se viven en la intimidad y que van paulatinamente poniendo las bases conceptuales para incoar una organización política adaptada a una población más culta, más crítica y más filosófica.
En España, por el contrario, la filosofía no está viva. Queda reducida a debates internos en utópicos partidos de la extrema izquierda (supongo que los debates internos de PSOE y PP se limitan a cuestiones técnicas y económicas ajenas a la reflexión filosófica), a conferencias universitarias más o menos previsibles y a publicaciones divulgativas que se limitan a recoger lo que otros dijeron en el pasado. En España la filosofía languidece porque «carece de enemigo» al que enfrentarse, sin embargo en Irán la filosofía es como un fino escalpelo que se va insertando en las estructuras de poder, ese enemigo visceral que le dificulta su existencia pero que cuanto más le penetra más se fortalece.
En Irán la filosofía está viva, sobre todo en metafísica (vg. cómo interpretar los pensamientos chiítas a la luz de la racionalidad para que sean aceptados por la jerarquía teocrática, en un ejercicio muy similar al que ejerciera Santo Tomás al querer compatibilizar a Aristóteles con la doctrina eclesial) y, por supuesto, en filosofía política, por la que algunos son capaces de entregar su libertad, como el gran Ramin Jahanbegloo.
¿Habría sido Jahangegloo filósofo si no hubiera sufrido a su poderoso enemigo? ¿No es cierto que la filosofía es una especie de cura para el alma y que, por tanto, acuden a ella los que sufren afrentas? ¿Puede surgir la filosofía en una sociedad perfecta?
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