Observo, muy preocupado, numerosos vídeos en la red de una violencia inusitada en la que aparecen policías sin autocontrol y manifestantes gritando enfervorecidos «si esto no se arregla, guerra, guerra, guerra«. Esto último seguro que es una metáfora, una bravuconada o una inofensiva muestra de impotencia del perro ladrador, pero me causa recelo. Al igual que el 90% de la población, me encuentro arrojado en el lado de los que se ven seriamente afectados por la crisis-, lo que me hace sentir desprecio por quienes tratan de arreglar el desaguisado vendiendo España a las mafias internacionales; sin embargo me aterra el giro hegeliano que pudiera conducir a la violencia extrema que intente contrarrestar la irresponsable agresión a la población.
Lo explicó Pasternack hace medio siglo en Doctor Zhivago al mostrarnos a unos admirables revolucionarios posteriormente transformados en la viva imagen de aquello contra lo que luchaban. Lean:
«¡Qué ceguera tan espantosa! -pensó el doctor-. ¿De qué pan se puede hablar si hace tiempo que no se cosecha trigo? ¿De qué clases propietarias, de qué especuladores, si hace tiempo fueron aniquilados por los decretos anteriores? ¿De qué campesinos, de qué pueblos, si no existen? ¿Olvidan sus mismas medidas y programas, que desde hace tiempo no han dejado piedra sobre piedra?» (Doctor Zhivago, Madrid, Cátedra, 1991, p. 523)
Es de este peligro, más que probable, del que habla el búlgaro-francés Tzvetan Todorov en Los enemigos íntimos de la democracia (Galaxia Gutenberg, 2012). Cualquiera es consciente de que la situación es intolerable pero considero que es preferible vivir empobrecido y humillado que iniciar una contienda violenta que nos conducirá a más pobreza y más humillación. Consignas como «hasta la victoria siempre», «morir con las botas puestas» o «me tendrán que sacar con los pies por delante» hacen el juego al ultraliberalismo cuya fundamentación económica descansa precisamente en la lucha eterna de unos obreros contra otros.

Bien explicó Goya en Los desatres de la guerra que, por ignominiosas que sean las causas de la lucha armada, las consecuencias son aún peores. Creo que no exagero aludiendo a la guerra porque ya se ha producido en España un primer paso: el fin de la paz social. Aunque todavía asistimos al inicio de la espiral de violencia, no es descabellado aventurar una escalada desenfrenada de las tensiones por parte de quienes lo han perdido todo. Solo falta una chispa -vg. una muerte fortuita de un manifestante- para que España declare el Estado de sitio. El caldo de cultivo ya está ahí como sabe cualquier aficionado a la Historia.
Considero que el movimiento 15M es la única esperanza de regeneración democrática pacífica en nuestros días porque ha asumido la función fiscalizadora de las instituciones corruptas, ignorantes o desdeñosas que profanan sin pudor la tumba de Montesquieu. El importante cometido del 15M es luchar contra las fuerzas nocivas disfrazadas de democracia que denuncia Todorov:
La democracia genera por sí mismas fuerzas que la amenazan (…) luchar contra ellas y neutralizarlas resulta mucho más difícil, puesto que también ellas reivindican el espíritu democrático, y por lo tanto parecen legítimas. (p. 10).
Sin embargo uno de mis temores respecto al 15M estriba en su posible vaivén:
La fusión del poder temporal y del poder espiritual que quiere la Revolución suscitará la reacción, unos años después, de proyectos simétricos de teocracia contrarrevolucionaria (p 39)
En este sentido me inquieta que la naturaleza moral e independiente que implica el 15M se vea contaminada por algunas agrupaciones cuya única finalidad sea usar al movimiento como un medio y no como un fin en sí mismo:
Rusia es un país atrasado y campesino, pero dispone del partido más combativo, y por tanto es allí donde debe empezar la revolución mundial. En adelante la lucha será liderada ya no por los proletarios, sino por el partido, formado por revolucionarios profesionales surgidos de la burguesía y del ámbito intelectual, dedicados a la causa en cuerpo y alma (p. 47).
Por otro lado, siempre es sano para defender cualquier argumentación ejercer la empatía con aquellos a los que se critica. Lo he hecho a partir de esta reflexión de Todorov:
Al demócrata no le queda más remedio que defender valores impopulares y preconizar sacrificios, porque le preocupan también las generaciones futuras, pero el populismo actúa sobre la emoción del momento, necesariamente efímera. (p. 150)
Y he concluído que estas palabras serían muy pertinentes si la nuestra no fuera una democracia mesiánica que acepta albergar en su seno a dirigentes-mesías que creen, en el colmo del delirio, que los mercados tienen alma y corazón y que por tanto se pueden conquistar a base de la mal llamada austeridad del pueblo como si éste fuera una vestal ofrecida a los dioses:
Como la democracia, el totalitarismo reivindica el pensamiento racional y científico. La democracia no se confunde ni con el colonialismo ni con el comunismo, pero los tres albergan a menudo una mentalidad mesiánica (p. 187)
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