Viajes de un desmemoriado


No muchos saben que Benito Pérez Galdós fue un viajero infatigable que no visitó países como un vulgar turista evanescente sino que contemplaba atento los lugares con el fin de exprimir su espíritu y plasmarlo por escrito para regocijo de los lectores. Su ingente obra dificulta que el lector de Galdós lea más allá de los Episodios Nacionales, La desheredada y Fortunata y Jacinta, sin embargo es preciso atender a su literatura de viajes que con excelencia también -tan bien- trató.  Ediciones Evohé (2012) publica Viajes de un desmemoriado, una preciosa recopilación de textos que el grandioso escritor canario escribiera sobre los lugares de España y de Europa que visitó en una época en que muy poca gente se lo podía permitir. Imagino con nitidez al autor con su guía de Baedeker (cfr. 172), que hoy se pueden encontrar online, tomando notas a mediados del siglo XIX en las plazas, iglesias, tabernas y estaciones europeas para transformarlas en eterna Literatura.

Los rincones de España que ya hemos visitado se merecen una nueva oportunidad tras constatar, al leer a Galdós, que se nos escaparon muchos e importantes detalles. También es preciso volver a cruzar los Pirineos para disfrutar a la manera galdosiana de Portugal, Alemania, Suiza, Holanda, Francia, Inglaterra, Italia…

En Viajes de un desmemoriado uno encuentra, por ejemplo, al Galdós políticamente incorrecto que sentencia con expresiones como «[Hay casas de Santillana] que estorban como el tullido con muletas que pide limosna. (p. 23)» o «Si pudiéramos ceder a esta gente algo de la estrepitosa alegría andaluza a cambio de sus apacibles modales y de este reposo espiritual, creo que ganaríamos mucho en el cambio» (p. 130)

También disfrutaremos del Galdós que describe lo pintoresco como si fuera algo sublime:

El rumor del río, lento, igual siempre, monótono, acompaña todo el tránsito, y se le oye como la respiración de aquel abismo cuyos hondos pulmones mueven una y otra corriente de aire en las cañadas angostas cual las sendas de la virtud (p. 44).

Y del que engrandece lugares que hoy, tristemente, apenas son conocidos:

«Pero nombradles el Toboso y esclamarán: ¡Oh, el Toboso! La patria de Dulcinea, la metrópoli del ideal más hermoso que vieron los siglos, la suma perfección femeninaque mueve al hombre a colosales empresas. (p. 54)

Del mismo modo nos da claves de momentos históricos que él vivió en primera persona y que parecen volver a repetirse con, por ejemplo, el movimiento 15-M:

En aquella época fecunda de graves sucesos políticos, precursores de la revolución, presencié, confundido con la turba estudiantil, el escandaloso motín de la noche de san Daniel -10 de abril del 65-, y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia Veterana (…) (p. 70)

Nos avisa sobre Portugal, algo que hoy en día causaría cierta irrisión:

esta inmensa distancia moral, intelectual y mercantil que nos separa (p. 125) Reina aquí una sobriedad de acciones y de palabras que a los españoles, tan dados a hablar más de la cuenta, nos parece algo sosa. (p. 129).

Nos muestra su visión idealizada -incluso ingenua- de Venecia, que si la viera hoy en día se vería obligado a escribir un nuevo Trafalgar de soldados transformados en turistas:

Cuando se recorren de noche los canales de travesía, que comunican el Gran Canal con las lagunas, el alma se siente sobrecogida y temerosa (…) Silencio profundo reina por todas partes, solo interrumpido por el chasquido del remo en el agua. La góndola, que todos comparan a un ataúd por su negro color y su forma prolongada, se desliza como un pez con ligereza suma por la superficie del agua (p. 178)

También refleja su excesiva admiración por Inglaterra:

La velocidad, desmintiendo distancias, desarrolla en aquel país  hasta tal punto el gusto de los viajes, que toda la población inglesa parece estar en constante movimiento. (p. 220).

Y, ¡cómo no!, queda embelesado con Alemania y sus filósofos:

Desde que me he sentado casualmente a la propia mesa de Schopenhauer, me ha entrado verdadero entusiasmo por este escritor que no me parece filósofo sino un humorista delicioso. (p. 240).

En definitiva, si usted ama ver mundo debe adentrarse en la literatura de viajes de Galdós. Es así que Viajes de un desmemoriado vaya dirigido a aquellos que sienten cierta desazón en su fuero interno cuando escuchan la palabra «turista» pero, por el contrario, se alegran e ilusionan al ser tachados de viajeros.


Comentarios

Una respuesta a «Viajes de un desmemoriado»

  1. […] Hace dos siglos nació Arthur  Schopenhauer y desde entonces sus lectores tuvieron que optar entre tomarlo por un loco que no superó sus traumas infantiles, tirarse por un puente o asumir desgraciados lo absurdo de la existencia. Ni siquiera los ansiolíticos de la posmodernidad han podido frenar el mensaje destructor o, mejor dicho, catárquico, del amargado filósofo alemán. Supongo que uno se adentra en su obra movido por el morbo, por el masoquismo, por la necesidad de segregar adrenalina, por tratar de compensar su exceso de felicidad o, en definitiva, para cancelar su sentimiento de culpa por ser dichoso en un mundo en el que prima el dolor. Yo me adentré en sus páginas buscando espíritus afines pero más bien me topé con un falsario que se divierte entristeciendo al mundo desde un restaurante de lujo, así que bien le definió Galdós al tildarle de “humorista delicioso“. […]

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