Cada vez menos gente fuma en Estados Unidos. La razón hay que encontrarla en la presión social que considera al fumador una especie de apestado peligroso y, sobre todo, a las compañías de seguros médicos que hacen suculentos descuentos a quienes carecen del denostado vicio del tabaco; también devuelven cuotas en la prima a quienes demuestran, mediante rigurosos análisis clínicos, haberlo abandonado.
Pero la pendiente resbaladiza del metrosexualismo-por-decreto no ha hecho más que empezar y ahora las aseguradoras también dan precios muy especiales a quienes demuestren haber disminuido su nivel de colesterol en sangre, a quienes practiquen deporte todas las semanas y a los que pierdan peso. Ya no se ve a tantos obesos por las calles y en los McDonnald´s se come ensalada y fruta.
Así como en China se ataja el problema de la superpoblación con severas sanciones económicas a quienes tengan más de un hijo, en Estados Unidos se va a acabar con el costosísimo problema de los ataques al corazón castigando implacablemente a quien no cuide su salud. De nada sirve la inane publicidad avisando de los peligros de los malos hábitos: la mejor campaña de concienciación es la que toca el bolsillo al personal. Quizá la Seguridad Social de España debiera proponer algo parecido.
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