Abundan en Estados Unidos carteles en las carreteras que indican que «Dios está a favor de la vida», lo que contrasta con la obsesión generalizada por la posesión de armamento. Además detecto cierta correlación entre el profundo sentimiento religioso protestante pro-vida y la defensa del derecho a poseer armamento; no sé si en ello reside una relación de causa-efecto, pero observo con claridad, por el contrario, que los católicos no están obsesionados con tener rifles en las casas.
Intuyo que el protestante estadounidense debe de necesitar pistolas porque es patriota hasta la médula y desea ingenua y bravuconamente defender a su familia y a su país, pero no entiendo por qué las adquieren si también se creen elegidos de Dios; prefiero la mayor modestia y confianza del católico cuya fe en la Divina Providencia les libera de la necesidad de armarse. Bien es cierto que el protestante respeta a los otros creyentes -jamás a los ateos- pero se saben superiores a ellos: las pistolas les imprimen carácter y les erigen a ellos mismos en mini-dioses dueños de vidas ajenas. Están a favor de la vida, como su Dios, pero hacen demasiadas excepciones con muchas otras vidas que consideran prescindibles.
Los protestantes pro-vida y armados desconocen que los principios éticos que no son universales no son principios sino mera propaganda y frases vacías de contenido. Confiaríamos en sus buenas intenciones a favor de la vida si no se afiliaran masivamente a la Asociación Nacional del Rifle.
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