En lugares con estética de restaurante de comida rápida se disimulan burdeles y espectáculos de chicas que bailan desnudas. Allí no sirven carne sino carnaza. Están a la vista de todos, incluso junto a iglesias que predican con vehemencia la castidad y la continencia, pero no desentonan con el paisaje. La religiosidad extrema de los norteamericanos se descuida en estos lugares de alterne en los que se convierte a la mujer en triste objeto y medio del deseo, y a los hombres en ilusos buscadores de sensualidad efímera mientras huyen, por unas horas, de lo que creen que son aburridas esposas.
El próximo domingo ellas y ellos estarán en misa escuchando atentos el Evangelio. Y es que no tendría sentido la religión si no existiera la tentación del pecado ni la redención.


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