Hay estudiantes que aman tanto la libertad que necesitan sentirse oprimidos para, desde la opresión, poder soñarla, buscarla y esforzarse en alcanzarla. Siendo libres no sienten la libertad; la sienten cuando luchan por ella.
En este sentido compruebo, curso tras curso, que hay estudiantes libres que se empeñan en vivir coaccionados para, supongo, dar sentido a su existencia rebelándose contra dicha coacción. Pero mueren cuando llegan a Ítaca.
Es así que algunos estudiantes que eran claramente libres y razonablemente felices se entregan a dicha opresión y coacción en forma de drogas. A veces entran a la clase con los ojos vidriosos, una sonrisa artificial y un comportamiento necio que les hace creerse triunfadores. Muestran una ridícula desfachatez cuando se vanaglorian apestando a hierba y mostrándose desafiantes con el profesor. También es patético observar a los alumnos más jóvenes que se quedan mirándoles, entre temerosos y admirados, siguiendo la estela del hediondo rastro a marihuana que van dejando en baños y pasillos.
A pesar de su arrogancia en público, sueñan en la intimidad con desengancharse y volver a ser libres. Pero, de momento, no pueden.
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