Curso tras curso hay un acoso latente entre algunos alumnos que permanece imperceptible para los profesores. Son actos microviolentos invisibles de los que solo las víctimas tienen constancia y, a veces, ni siquiera ellas son conscientes del acoso. Cuando el docente se percata de algo así lo suele pasar por alto porque da la impresión de que el acoso no existe, de que son chiquillerías, de que carece de importancia.
Sin embargo, hay que ser tajante y preferir sobrerreaccionar a soslayar las sospechas por mínimas que sean. La microviolencia verbal y, sobre todo, la simple presencia silente ante la víctima, esconden casi siempre algo más profundo que podría desembocar en una tragedia.
Hay novios que no saben controlar sus celos cuando su pareja rompe con ellos. Las persiguen disimulando por los pasillos del instituto, se hacen los encontradizos, las asedian como si no asediaran, miran como si no miraran, las siguen amando como si no las amaran. Es difícil detectarlos porque las víctimas nunca informan, pues es difícil denunciar al que acosa sin acosar. Solo un profesor muy atento puede detectar al celoso sin celos y a su aterrada ex novia que, extrañamente, se comporta con naturalidad.
Cuando un alumno actúa, por sutil que sea, siguiendo la máxima «si no estás conmigo no estarás para nadie» solo queda recurrir a la policía. La educación de las emociones sigue siendo el gran reto de la educación pública.
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