Estados Unidos es un gran parque temático dedicado a la publicidad. La hay por doquier: en institutos, colegios, autopistas, iglesias, libros de texto, por teléfono con sus insoportables llamadas aleatorias y, ¡oh, sorpresa!, en los extractos de las cuentas bancarias.
Este último es el colmo del despropósito publicitario porque es una intromisión en nuestros gastos personales y supone una especie de acoso irrespetuoso, abusivo y, si estuviéramos en Europa, delictivo. Aquí, en los Estados Unidos, cuando se consulta el saldo en la banca en línea uno se encuentra que, junto a los gastos en restaurantes, se ofrecen descuentos de la competencia; al lado de la anotación de la compra en la librería se propone adquirir una película y si el banco detecta que la tarjeta pasó por la caja registradora de un centro comercial aparecerá publicitado, inevitablemente, otro mall cuyas virtudes prometen infinitamente mejores.
Y es que la economía usamericana se mantiene gracias a que han convertido al país en un gigantesco parque temático de la publicidad. Así, uno conduce por las calles sospechando, paranoicamente, que los carteles patrocinan nuestras existencias, que impregnan nuestra esencia, que somos parte del anuncio; la publicidad constituye el ser de Estados Unidos, ese ente que vemos apuntalado por millones de mensajes que dicen «¡compra, compra!».
De este modo, para que este país sobreviva debe consumir hasta reventar, ¡ahorrar no es patriótico!, y para ello es precisa la coacción disfrazada de empujoncito publicitario. Sin ella Estados Unidos se desontologiza. Por eso hay millones de trabajadores precarios, hipotecados y rehipotecados incapacitados para frenar su instinto consumista e impotentes para zafarse de los cantos de sirena publicitarios que sostienen a esta nación piramidal.
Los currantes sin seguro médico y endeudados hasta los tuétanos son los verdaderos artífices de la grandeza usamericana al comprar lo que no necesitan ni pueden afrontar; creen, ingenuos y temerarios, que el banco les volverá a sacar del aprieto con otro préstamo de ventajosas condiciones. Así van salvando la economía de un país que ha decidido publicitar que no hay crisis cuando, en realidad, en cualquier momento se desvelará.
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